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miércoles, 24 de octubre de 2012

FIESTA DE HALLOWEEN.

La noche de Halloween habría una fiesta en casa de Claudia y Marina no tenía pareja.
Había roto con Matías hacía dos semanas, en una  pelea que haría historia, y después se había pasado el tiempo encerrada, lamiéndose las heridas, como una gata atrapada en una riña de tejado.
Pero ya bastaba de lamentarse por quién no lo merecía. ¡Ahora quería salir a divertirse y conocer a alguien nuevo!
Olivia le prometió que hablaría con su primo Lucas.
-¡Sé que está solo, así es que creo que le gustaría servirte de acompañante!
Al otro día, Lucas la llamó y se pusieron de acuerdo en que, la noche de la fiesta,  él la pasaría a buscar antes de las doce.
Marina había conseguido un disfraz de Morticia Adams.
 Se maquilló con una espesa capa de polvos blancos que hacían contraste con el intenso rojo púrpura de la boca.  Añadió una peluca de largo pelo negro y liso, que le llegaba hasta la cintura, y pensó que de verdad se veía impactante.
Hacía poco que habían dado las once, cuando sonó el timbre de la puerta.
Le extrañó lo adelantado que llegaba Lucas, pero como ya estaba lista, corrió a abrirle, entusiasmada.
En el umbral vio a un cadáver vestido con traje de etiqueta. Llevaba una elegante camisa blanca y una corbata de seda. Su máscara  era una calavera completa, con restos de piel verdosa todavía adheridos y mechones de pelo lacio colgando de la coronilla.
-¡Lucas! ¡Qué bueno tu disfraz! ¡Parece que realmente te escapaste del cementerio!
 -Vengo a llevarte a la fiesta- respondió él con una voz cavernosa, acorde con su apariencia.
-¡Ja ja!- se rió ella-Le das una realismo que me pone la piel de gallina.
La fiesta estaba muy animada.
Aún no daban las doce, pero zombies y vampiros bailaban con frenesí.
Las pocas princesas o payasos que se habían presentado, eran mirados por los demás con cierta conmiseración. ¡La vida de ultratumba era lo que estaba "in"!
Lucas la tomó entre sus brazos y se lanzaron a la pista.
Bailaba como si no le pesara el cuerpo y apretaba a Marina contra su pecho algo huesudo.
Ella lo miraba tratando de encontrar sus ojos en el fondo de las cuencas de la máscara, pero sólo a veces lograba  ver surgir un destello desde las profundidades.
Como él no le dirigía la palabra, quiso improvisar una conversación:
-¡Me encanta tu disfraz! ¿Dónde conseguiste el traje?
-Bueno, me enterraron con él-repuso Lucas, con naturalidad.
Marina estalló en carcajadas, sorprendida de su histrionismo y, unos segundos después, él la acompañó con su risa.
Marina se preguntaba qué habría detrás de la máscara.
Se imaginaba un muchacho de ojos negros, gallardo y simpático. En realidad, él tenía mucho sentido del humor. ¡Pero ella quería también un rostro apuesto, que borrara de su memoria los rasgos traidores de Matías!
Un cielo lechoso empezó a verse a través de los vidrios de las ventanas. Amanecía.
-Es hora de irnos- le dijo Lucas, con voz categórica.
-¿Por qué?-preguntó Marina, sorprendida.
-Porque todos los hechizos se rompen cuando sale el sol.
Ella pensó que esa frase tan rara era parte del papel que Lucas consideraba acorde con su disfraz, pero se sintió decepcionada.
Había esperado el momento en que él se quitaría  la máscara y podría conocerlo, por fin.
Pero se dejó llevar dócilmente a la calle, donde esperaron un taxi, en la penumbra blanquecina del amanecer.
Se veían pasar grupos de disfrazados, riendo con botellas de licor en las manos y dispuestos a seguir la fiesta en otra parte.
Lucas permanecía mudo y a veces apretaba la cintura de Marina, acercándola a su cuerpo, como si quisiera prolongar el contacto que tuvieran durante el baile.
Ella le dirigía miradas interrogantes, pero él no le respondía y parecía presa de atormentadas meditaciones.
Al fin, se detuvo frente a ellos un taxi vacío.
Al subirse, él le preguntó:
-¿Quieres acompañarme a mi casa?
Marina dudó, pero era tanto su deseo de conocerlo un poco más, de lograr que dejara de interpretar  ese libreto de película mala y actuara con naturalidad, que luego de unos segundos, accedió. ¡Tal vez ahora conseguiría que se sacara la máscara!
Recostó la cabeza en su hombro, adormilada.
El automóvil se detuvo y Lucas le ayudó a descender. Sorprendida, vio que estaban parados frente a la reja del cementerio.
-Estás bromeando ¿no?
  Saliendo bruscamente de su modorra, le espetó con fastidio:
- ¿No crees que ya basta de esta idiotez?
-Marina ¡por favor! Si es aquí cerca...
Y le indicó vagamente un camino entre los cipreses.
Ella quiso soltarse, pero la mano férrea de Lucas se lo impidió. Le pareció que eran huesos descarnados los que se incrustaban en la carne de su brazo.
Lo miró y unos ojos febriles que brillaban como brasas le respondieron implacables.
 -¡Tú no eres Lucas!- exclamó ingenuamente.
-Nunca te dije que lo fuera.
Vio que la arrastraba hacia una tumba abierta y lanzó un grito de terror.
Pero a esa hora del amanecer, no había nadie allí que pudiera auxiliarla.

1 comentario:

  1. Pobrecita, seguro que Lucas la estaría esperando, estos días con estas historias, casi da miedo salir, leer ver la tele...todo se refiere a la parte oscura del otro lado, esta fiesta decididamente no me gusta nada.
    Pero tu imaginación produce buenas historias.
    Un abrazo.
    Ambar.

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