Bienvenidos a Mi Blog
Les doy la bienvenida a mi blog y les solicito encarecidamente que me dejen sus comentarios a mis entradas, pues su opinión es de gran valor para mí.
viernes, 30 de diciembre de 2016
domingo, 25 de diciembre de 2016
ODIO Y AMOR.
El
día en que Mario la dejó, Mirta sintió
que todo su amor se trasformaba en odio.
Pasó
el tiempo y ese odio, en lugar de calmarse, siguió desgarrándole el corazón ,
como las zarpas de un tigre hambriento.
Sentía
que no podría vivir tranquila mientras él siguiera caminando sobre la tierra. ¡
Los dos no cabemos aquí!- le gritaba en silencio- ¡ O te mueres tú o me muero
yo!
En
las noches se desvelaba, convencida de que en otro lugar Mario dormía
tranquilo, tal vez soñando con una mujer que no era ella. Y a su resentimiento feroz se agregó el
insomnio, que la torturaba hasta el amanecer.
Cuando
iba por la calle, tenía miedo de encontrarlo. Pero, al mismo tiempo sus ojos lo
buscaban entre la multitud. Quería verlo una vez más, antes de que su odio lo
matara.
Porque
estaba segura que sería así. Que de tanto odiarlo, esa fuerza devastadora de su
mente y de su espíritu, terminarían por darle muerte.
Tanto
se obsesionó con ese pensamiento, que empezó a abrir el periódico en las páginas
de los Obituarios. Y buscaba en vano su
nombre, mordiéndose los labios hasta hacérselos sangrar.
-Aún
vive- se decía con rabia- Aún vive el que me destrozó la vida...
Y el
día se le volvía negro, como una noche sin estrellas. Sentía que sólo su muerte le devolvería los deseos de vivir.
¡ Hasta que un día lo leyó por fin ! Pensó que no podía ser, que sus ojos la
traicionaban.
¡
Pero no! Ahí estaba su nombre, en la
lista de los fallecidos.
Buscó
su obituario, trastornada por una feroz alegría que le dolía como un
desgarramiento.
"
Comunicamos el prematuro fallecimiento de nuestro amado esposo y padre".
Abajo,
el nombre de ella, de la aborrecida y el de sus hijos. ¡ Tenía dos! Y la dirección de la Iglesia donde velarían
sus restos.
Esa
mañana, se vistió de negro. ¿ Por qué no?
Ella también era su viuda. Y si
no tenía un hijo, era porque él no le había permitido nacer. Tal vez desde el Limbo donde van las
criaturas no nacidas, el niño también
lloraría la muerte de su padre...
-¡
No! ¡ No quiero que lo tengas!- había gritado con furia - Yo tengo mis propios
hijos, nacidos en mi matrimonio...
Dos
niñitos rubios, estaban sentados muy
quietos junto a su madre, en la primera fila.
Mirta
se unió al grupo sin que nadie se fijara en su presencia.
Poco
a poco reunió valor y se fue acercando al ataúd abierto. Ansiaba volver a mirarlo, después de tanto
tiempo.
Su
pelo estaba levemente encanecido, pero su cara seguía siendo joven y hermosa.
Conservaba en sus labios ese leve gesto arrogante que Mirta tanto conocía..Pero, al mismo
tiempo, parecía sorprendido.
¿ Es
que la Muerte no te explicó que tenías que pagar por lo que me hiciste?
Después
se apartó del féretro y se puso a mirar a su mujer, a la legítima.
Lloraba
con la cabeza hundida en el pecho y los ojos cerrados. Se había aislado de
todos, como si su dolor no tolerara consuelo ni compañía.
Se
acercó a ella y hombro contra hombro,
permaneció de pie a su lado.
-Ahora
somos las dos- le dijo en silencio.
Aunque,
al fin y al cabo, siempre habían sido las dos. Caminando por sendas paralelas,
siguiendo la sombra que Mario proyectaba sobre la tierra.
El había elegido a la otra. Le había dado su
mano... Y a Mirta la había apartado con el pie, como un objeto inservible.
"
Fuiste tú la más afortunada"- le susurró mientras ambas lloraban junto al
ataúd.
Pero
en medio de su llanto, Mirta sentía que la invadía un gozo salvaje. Porque
estaba segura de que era su odio el que lo había matado.
lunes, 19 de diciembre de 2016
domingo, 18 de diciembre de 2016
DÍAS NAVIDEÑOS.
A
Rosalía le gustaba mucho, al salir del trabajo, cruzar por el Parque en
dirección a su casa.
Era
Verano y al atardecer, una bruma dorada envolvía los árboles. Hacía calor
todavía a esa hora, pero los aspersores del riego refrescaban el aire con un
suave rumor.
Se acercaba Navidad y los pretiles del puente
estaban engalanados con guirnaldas de luces.
También,
bajo los árboles se había instalado una Feria de juguetes artesanales.
Rosalía
se sentía siempre melancólica en esa fecha. Más que nunca notaba su
soledad. Su único festejo sería el
regalo del amigo secreto en la oficina...Y que más parecía el de un enemigo,
porque siempre le tocaba alguien que parecía odiarla, por la fealdad del presente
que recibía.
Una
tarde, se fijó en un hombre disfrazado de Santa Klaus, que casi siempre veía en
el mismo banco.
Agobiado
por el calor o la tristeza, se sentaba
encorvado, con los brazos caídos entre las rodillas. Su frente brillaba de
sudor, pero no por eso se quitaba el gorro forrado en piel ni la espesa barba
que se adhería a sus mejillas.
Rosalía
pasó varias veces frente a él sin que se molestara en mirarla, hasta que una
tarde , fingiendo que buscaba algo en su cartera, se sentó a su lado. El continuó
sin apartar la vista de los árboles y
ella acicateó su imaginación, tratando de hallar una frase ingeniosa con qué
romper el silencio.
-Santa
Klaus ¿qué haces tan lejos del Polo
Norte, con este calor?- fue lo único que se le ocurrió decirle.
-Estoy
esperando que me entreguen el trineo, porque lo llevé al mecánico- le contestó
él, siguiéndole la broma con cierto desgano.
Rosalía
se envalentonó y no tomando en cuenta su tono ligeramente displicente, continuó
hablándole:
-Siempre
te veo en este mismo banco, solo y aburrido...
-Tú
también debes estar sola y aburrida, como para meterle conversación a un
viejo...
-¡
Pero, tú no eres viejo!- exclamó ella, riendo y de un tirón le despegó la
barba. Vio un rostro joven y bien
parecido, aunque cubierto de sudor.
-¡ No
me rompas el disfraz, que mañana no podré trabajar !- se quejó él, reponiendo
la barba en su lugar.
Rosalía
le preguntó donde trabajaba y él le contó que en una tienda grande, en el Mall.
Que su papel era sacarse fotos con los niños y escuchar sus peticiones.
-A
las siete termina mi turno y entonces me vengo a sentar aquí, hasta que pasa el
calor.
Durante
varias tardes, se encontraron en el mismo lugar. Rosalía notó que él no le
preguntaba nada de ella. Que donde
trabajaba, donde vivía y con quién, nada. Le dijo su nombre, pero al
preguntarle el suyo, le contestó que Santa Klaus, por supuesto, que como
entonces se iba a llamar si no...
Pasaban
los días y se acercaba el 24...Rosalía pensaba que después de esa fecha no lo
volvería a ver y esa idea la desesperaba...
Aveces
lograba que él se quitara la barba y mientras hablaba, podía ver sus mejillas
morenas y sus labios, tan bonitos, que siempre se le curvaban hacia abajo, en
un permanente rictus de mal humor.
Le
contaba de sus tardes en la tienda, de los niños que se le subían a las
rodillas y de lo cargantes que eran los más grandes, siempre tratando de
arrancarle la barba , para comprobar que era falsa. Pero se veía que las cosas de ella no le
despertaban el más mínimo interés...
Hasta
que llegó el 23 y Rosalía tuvo la idea de invitarlo a cenar con ella en la
Nochebuena.
- Mi
novio anda fuera de Chile-mintió- Así es que estaré sola.¿Te gustaría
acompañarme?
-Claro-dijo
él, sonriendo- Me gustaría. Casualmente, mi novia también anda en el
extranjero- Esto último lo agregó con tono de burla y Rosalía enrojeció de
humillación.
Pero
se rehizo rápidamente y le anotó su dirección en un papel.
Ese
día amaneció nerviosa y alborozada.
Rescató
de la bodega su arbolito y su presebre y los instaló en el living. ¡ Qué tiempo
había pasado sin que hiciera preparativos para la Navidad!
A las
nueve, encendió las luces del árbol y apagó la lámpara. Una suave penumbra lo envolvía todo... Desde la cocina llegaba
el aroma delicioso de la carne que se doraba suavemente en el horno. ¡ Todo
estaba perfecto! Y ella.... ¡hasta se
veía linda con su vestido nuevo!
¿
Vendría él? ¡ Por supuesto que sí ! Estaba tan solo como ella...
Desde
el departamento vecino le llegaba música de villancicos. Una dulce languidez la
envolvía . Estaba tan cansada del ajetreo del día, que sin darse cuenta, se
durmió.
Despertó
al amanecer, con el primer canto de los pájaros. De la cocina llegaba un
horrible olor a quemado. Corrió a apagar el horno y vio que de su cena, solo
quedaba un trozo de carbón.
Desenchufó
las luces del arbolito y se fue a acostar.
-¡
Ay, Rosalía! ¡ Qué tonta eres!- se dijo
suspirando- ¡Tú sabes de sobra que Santa Klaus no existe...!
domingo, 11 de diciembre de 2016
PINTURAS.
Pablo
estaba en su taller, mezclando colores, para pasar el tiempo. No tenía dinero
con qué contratar una modelo y lo que él
quería era pintar a una mujer. Mejor dicho, a varias.
A
través de la ventana, vio pasar a una joven de pelo largo. Iba caminando
despacio, como si buscara a alguien.
Pablo
salió al umbral de la puerta y la llamó:
-¿
Puedo ayudarte?
-Busco
a mi maestro...Pero no sé a donde dirigirme, esta ciudad es tan grande...
Pablo
la miró con detenimiento y le pareció una cara conocida.
-
Perdona ¿ como te llamas?
-Mona
Lisa, pero también me dicen La Gioconda.
-¡
Bah! Yo creía que tú eras un cuadro...
-Bueno,
soy un cuadro, pero también soy una mujer. ¿ Sabes tú donde puedo encontrar a
Leonardo?
-Uh...Tendrías
que ir al Pasado, varios siglos más atrás, diría yo.
-Y
como se va al Pasado?
-No
estoy muy seguro, pero toma por esta
calle, camina hasta llegar a la línea del horizonte y ahí doblas a la
izquierda...
La
Gioconda lo miró desalentada. Se veía que llevaba mucho tiempo andando.
Entonces Pablo la invitó a pasar y le ofreció
un vaso de agua.
-¿ Te
importaría posar para mí? No tengo
dinero para contratar a una modelo.
-¿ Y
crees que podrías pagarme con un vaso de agua?
-Pero
tú no necesitas dinero. Eres rica. Tu cuadro vale tantos millones de dólares
que nadie lo podría comprar.
-¿ En
serio?- preguntó ella, mirando dudosa su vestido viejo y sus zapatitos
gastados.
Se
sentó en un taburete y se dispuso a modelar. Sus labios se rizaron hacia arriba
en una semi sonrisa. Parecía como si ocultara un secreto muy gracioso, que no
pensara revelar.
Pablo
arremetió contra la tela salpicándola de colores como un perro mojado que se
sacude al salir del agua.
Poco
a poco aparecieron una serie de figuras. Todas eran mujeres, pero ninguna tenía
la cara de Mona Lisa.
-¿ Y
tu cuadro, como se va a llamar?- preguntó ella, mirando con el rabillo del ojo.
-Se
llamará Las señoritas de Avignon y te aseguro que será famoso.
Mona
Lisa se acercó y quedó sin habla. Todas las caras estaban distorsionadas. Un
ojo sobre la frente y otro debajo de la oreja. Las bocas parecían tajadas de
sandía sobre un aparador...
- ¡
Ay! ¿ Qué es ésto?- gritó ella,
rompiendo a reír a carcajadas.
-¡
Esto es Cubismo, mujer retrógrada!- exclamó Pablo Picasso, iracundo.
Pero
ella no paraba de reír. Entonces él vio sus dientes y notó que eran negros y
torcidos.
¡ Con
razón Leonardo la pintó con la boca cerrada!- razonó decepcionado- Y pensar que
su sonrisa tiene hechizada a la humanidad...
domingo, 4 de diciembre de 2016
VISITANTES IMPORTUNOS.
Rosa
se había quedado sola en Santiago, igual que siempre, en aquellos meses de
calor insoportable.
Vio
como poco a poco se iba vaciando el edificio en que vivía y luego, la ciudad
entera le pareció grande y desconocida.
Al
principio se movió por las calles desahogada, como si le tocara más aire para
respirar.Pero después se fue sintiendo muy sola.
Aunque
siempre lo había estado en realidad. Sólo que ahora lo notaba más, porque ya no
contaba con esa muchedumbre anónima que la convencía engañosamente de que
caminaba acompañada.
Se
preguntó, con tristeza, por qué no tenía amigos. Alguien le había dicho una vez, muy
duramente, que si pensara menos en sí misma y se preocupara más por el resto,
su vida sería otra. Pero ella lo había tomado como una ofensa dictada por el
despecho...
Una
tarde especialmente calurosa, cuando volvía a su casa desde la oficina, una
mujer de gris se sentó a su lado en el Metro.
La
miró como si ya se conocieran y abriendo un anticuado bolso negro, le ofreció
un saquito de papel, lleno de caramelos.
Rosa
aceptó uno por cortesía, pero lo encontró amargo.
Cuando
se bajó del tren, la mujer lo hizo también y se fue caminando pegada a su codo,
como si se dirigieran a la misma parte. Y efectivamente, entró con ella al
edificio, también al ascensor y se bajó
en el mismo piso en el que Rosa vivía.
Pero
lo verdaderamente insólito fue que cuando abrió la puerta de su departamento,
la mujer se coló detrás de ella.
Rosa
la miraba atónita y se devanaba los sesos preguntándose: ¿ La conozco y no me acuerdo? ¿ Es una tía que se dejó caer de visita, sin
que yo la invitara?
La mujer, ajena a su incertidumbre, se
arrellanó en el sofá.
Rosa
no pudo aguantar más y a riesgo de parecer impertinente, le preguntó:
-Señora,
perdone...Usted ¿ quién es?
-¿
Cómo que quién soy? ¿ Hemos vivido juntas
tantos años y no me reconoces? Yo soy
la Soledad.
Rosa
se quedó muda, mirando su cara sin color y sus ojos inexpresivos.
- No
habría venido si tú no me hubieras invitado- agregó la mujer.
Abrió
su bolso, que parecía no tener fondo y sacó de él un gato, que se acomodó sobre
sus rodillas ronroneando. Luego, extrajo también unos palillos y un ovillo de
lana y se puso a tejer con soltura.
En
ese momento, sonó el timbre.
-Es
mi hermano mayor - exclamó la mujer- Pero, estoy segura de que tú lo conoces...
Rosa
abrió la puerta y un hombre muy flaco pasó a su lado sin saludarla. Se acercó a
la mujer y se saludaron afectuosamente.
-¡
Somos tan unidos!- exclamó ella y levantándose del sillón se cogió de su brazo-
Siempre vamos juntos por la vida. El es el Egoísmo y yo soy la Soledad. No acostumbramos existir separados. Pero creo que tú lo sabes
muy bien...
-¿
Por qué dice eso?- le preguntó Rosa ofuscada.
-Porque
si en lugar de vivir pensando en ti y en tus carencias, miraras a tu alrededor
siquiera una vez, verías que hay otras personas que también tienen necesidad de
afecto.
Metió
el gato y el tejido en su bolso y cogiendo del brazo al flacuchento, se dirigió con él hasta la puerta.
Ambos miraron a Rosa con cierto desdén y
salieron sin despedirse.
Rosa
se quedó meditando largo rato y luego lloró como hacía tiempo no lo hacía.
Pero,
si cambió su actitud después de esa visita,
no lo sé.
Me
gustaría poder decir que sí, para que este cuento tuviera algún sentido. Pero,
francamente,no puedo asegurarlo.
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