Bienvenidos a Mi Blog

Les doy la bienvenida a mi blog y les solicito encarecidamente que me dejen sus comentarios a mis entradas, pues su opinión es de gran valor para mí.



domingo, 29 de junio de 2014

BETTY CASI FAMOSA.

Betty estaba feliz porque se había inscrito en clases de pintura.
Las clases las dictaba un hombrecito petulante, que se complacía en analizar los progresos de Betty con marcado desdén. Pero  ella no se inmutaba y perseveraba a toda costa, dando rienda suelta a su inspiración, sin hacerle caso.
Al cabo de unas cuantas sesiones, pasaron al óleo.
Betty fue a la tienda donde vendían las pinturas y le pareció que regresaba a su casa llevándose el arcoiris encerrado en su mochila.
En su casa, pintó durante horas, con auténtico deleite. 
El primer color que se le acabó fue el amarillo.
Había pintado un trigal, con pájaros negros que revoloteaban bajo un sol espléndido. Le pareció que de pronto, las espigas se apartaban y por entre los tallos se asomaba la cara barbuda de Van Gogh .
 -¡Eso es, Betty!- le decía - ¡El sol es vida! ¡Aunque se te carbonicen los sesos, como a mí, no dejes de pintar el sol!
Luego tomó el tubo de pintura azul y la esparció sobre la paleta.
Creyó sentir que Vicente guiaba su mano y pintó una noche grandiosa, con estrellas que giraba como vórtices dorados, a punto de precipitarse sobre los techos de la ciudad.
Todos los colores luminosos y vivos fueron agotándose, convertidos  en bosques frondosos o en espléndidos atardeceres. Al fin, sólo le quedaban los grises y un tubo intacto de óleo negro.
Pero, ella siguió trabajando sin parar.
Pintó una silueta solitaria, rodeada de una atmósfera caliginosa, propia de un anochecer de niebla. El cuadro le quedó oscuro y deprimente, pero decidió llevarlo a la clase, para pedirle su opinión a su profesor. Como todo lo que pintaba Betty le parecía malo, éste, que realmente era un bodrio, seguro que le iba a gustar...
Llevaba el lienzo envuelto en un papel, pero a mitad de camino hacia la estación del Metro, empezó a llover copiosamente.
A los pocos minutos, Betty estaba empapada y el papel que cubría la pintura, se deshacía en pedazos.
En el vagón había poca gente y Betty se sentó, con el cuadro sobre sus rodillas.
En el asiento de enfrente, iba un hombre que empezó a mirarla fijamente. A ella y a su pintura.
Al fin, se paró a medias de su asiento y le rogó con vehemencia:
-¡Por favor, señorita!  ¡Déjeme verla!  ¿Es obra suya, por casualidad?
A Betty le dio vergüenza reconocerlo y respondió:
-¡No!  La pintó un amigo...
El hombre sacó una elegante tarjeta y se la entregó, presentándose:
-Ceferino Irribacache. Marchant d´art.
-¿Marchan-qué?
-Quiero decir, señorita, que soy descubridor de talentos emergentes y estoy muy interesado en ese cuadro que usted lleva...
Lo tomó en sus manos y lo observó con detenimiento.
-Esta pintura rebosa melancolía. Se nota que el artista se hallaba poseído de una honda
tristeza, en el momento de ejecutarla. El uso de colores sombríos, el énfasis en la combinación de grises...Todo revela un estado de ánimo casi suicida, diría yo.
Betty no le dijo que eran los únicos colores que le quedaban en la paleta.
-¡Y esas pinceladas negras!-continuó el hombre, arrobado- Sugieren árboles desnudos emergiendo de la niebla..¡Qué talento!  ¡Qué poder de evocación!
Betty recordaba que las rayas negras las había hecho su gato Hugo, con la cola, cuando la metió en la pintura y después se la limpió sobre el lienzo, con total falta de escrúpulos.
Pero, lo dejó que divagara, sin sacarlo de su error.
-Señorita, por favor, dígame....¿Donde puedo encontrar más obras de este artista?
-La verdad es que no hay más. El se suicidó después de pintar ésta.
El hombre pareció perder estatura. Se desmoronó en el asiento, aplastado por la decepción.
Sus ojos, que se habían vuelto verdes, color dólar, se ensombrecieron. Un portentoso negocio se diluía entre sus dedos...
El tren se detuvo y Betty exclamó:
-¡Esta es mi estación!  Lo siento.  ¡Hasta luego!
Y se bajó corriendo, con el cuadro bajo el brazo.
Sintió que ya no tenía ganas de ir a clases.
 Mejor trabajaba en su casa, lejos de la crítica ponzoñosa y del elogio inmerecido...Pensó que en el Arte había mucho de esnobismo y falsedad.  ¡Ella pintaría para felicidad de su corazón y sin afán mercantilista!
 Pero, primero tenía que reponer los óleos.
En la tienda, pidió un tubo de cada color. Pero, en el último instante, se corrigió:
-¡No! Del amarillo deme dos, por favor...¡A Vicente y a mí nos encanta pintar el sol!.

domingo, 22 de junio de 2014

SOMBRAS CHINESCAS.

A Genaro le parecía que siempre había sido secretario del escritor y había vivido en su casa, pendiente de sus más triviales necesidades.
Enviar los manuscritos a los editores, clasificar la correspondencia, recibir a los periodistas e incluso, redactar la lista del supermercado...
No tenía recuerdos de ninguna época anterior y tampoco de su infancia.
 Sobre su velador, en el cuartito trasero donde siempre había dormido, había una fotografía de mujer. Detrás de la cartulina, con su letra, se leía:  "Mi madre".  Pero, él no se acordaba de haber escrito esas palabras ni tampoco de haberla conocido a ella.
Su vida se le antojaba gris y sin esperanzas. Dos veces se había enamorado y las dos veces habían sido un fracaso.
La primera muchacha que amó se llamaba Rosario y vivía en la casa vecina a la del escritor.
La cortejó durante largo tiempo, aunque ella desde el principio le advirtió que tenía novio. Estaba en el extranjero y a fin de año volvería para casarse.
Genaro creía que era un invento de ella, un subterfugio para mantenerlo interesado, así es que persistió en su enamoramiento.
Pero al cabo del año, el novio volvió.
Un tipo alto, de buena estampa, que tocó el timbre sorpresivamente una tarde que Genaro estaba de visita en casa de Rosario.
La vio correr a la puerta y echarse en sus brazos. La pareja permaneció sumida en un largo arrobamiento y ni se dieron cuenta cuando Genaro se deslizó hacia la salida, aplastado contra la pared para no estorbarlos en su abrazo.
Su segundo amor se llamaba Elisa.
Tenía la piel pálida como las magnolias y una cabellera roja que parecía arder.
Fue en esa hoguera en la que se asó a fuego lento el corazón de Genaro, hasta casi resultar carbonizado.
Ella decía amarlo, pero una tarde la sorprendió en un café, sumergida en los ojos de otro hombre. Con las manos entrelazadas, hablaban en voz baja y cuando ella vio a Genaro, fingió no conocerlo.
La antorcha de su pelo ardió en la penumbra y luego se apagó, como una estrella que muere.
Y al soledad volvió a apropiarse de su vida.
Un día que el escritor había salido, Genaro entró a su oficina y sin mayor interés, le echó un vistazo a lo que estaba escribiendo.
Aunque sobre la mesa había un moderno computador, el escritor prefería hacer su trabajo a mano. Ni siquiera con un bolígrafo.  En realidad, parecía sentir nostalgia del siglo pasado, porque utilizaba una lapicera de madera con pluma metálica y un botella de tinta china, negra como una noche sin luna.
Genaro empezó a leer y descubrió, cada vez más espantado, que allí estaba su propia historia escrita como una novela.
Empezaba en su juventud, trabajando en casa del escritor y no había ningún relato sobre su infancia.
  Continuaba con sus dos romances desafortunados, detallados con la minuciosidad del que se ha entretenido inventándolos.
Tampoco faltaba aquel intento fallido que había hecho para encontrar otro empleo más interesante, que lo pusiera en contacto con el mundo y le permitiera conocer a otra gente.
Allí estaba la penosa escena en la que había sido tildado de inepto y humillado sin compasión, por un hombre gordo repantigado tras un escritorio.
En el último párrafo escrito se leía:   "  Y la soledad volvió a apropiarse de su vida".
A continuación, un nuevo capítulo, aún no empezado, llevaba por título:  "El eterno fracaso de Genaro"
Estaba claro que la intención del novelista era no darle la menor esperanza de una vida más llevadera.
Genaro comprendió, por fin, que él no existía.  Que era un personaje inventado, al que ni siquiera se le había dotado de una infancia cuyo recuerdo le endulzara la existencia.
Su destino había sido estar siempre al servicio del escritor, quién se las arreglaba para que fracasara  en cualquier intento de escapar y que se divertía en destrozarle sus ilusiones amorosas.
Furioso, tomó la botella de tinta china y la vertió entera sobre el manuscrito.  ¡Ahora era libre y se iría de allí antes que su verdugo regresara!
Fue a su cuarto y metió su ropa en una maleta. El retrato sobre el velador pareció mirarlo con cierto reproche, pero lo dejó donde estaba. ¿Para que llevarlo, si no era su madre?  ¿Si su verdadera madre era una botella de tinta negra?
Salió de la casa dando un portazo y corrió hacia la esquina.
Cambió la luz del semáforo y un automóvil se precipitó sobre él, arrollándolo.
Se reunió la gente alrededor de su pobre cuerpo que yacía retorcido sobre el pavimento. Llegó un policía, abriéndose paso a codazos, con impaciencia. De una sola ojeada, comprobó que el atropellado estaba muerto.
-¿Alguien tomó la patente del auto que lo embistió?
-No tenía patente, señor- dijo uno- Estoy seguro, porque quise anotarla en este papel y no pude hacerlo.
-¿Y de qué color era el vehículo?
-Negro, señor.
-¿Está seguro de que era negro?  ¿No podría ser plomo o gris oscuro?
-No, señor. Era negro. Negro como una mancha de tinta china...


miércoles, 18 de junio de 2014

UN CUENTO DEL MUNDIAL

Rosalía se apoltronó en el sillón, con un suspiro de satisfacción. ¡Había esperado tanto para que
repitieran Casablanca en el canal de cine clásico!
Cada vez que la pasaban, la veía de nuevo. Con el teléfono desconectado y la caja de pañuelos desechables a mano, para poder llorar a gusto sin que nadie la interrumpiera.
Pero, sorpresivamente se abrió la puerta de calle y entró Arturo, con un ridículo gorro tricolor y tocando una corneta.
Sin mirarla siquiera, le quitó el control remoto de las manos y cambió al canal del futbol.
-¡Ah!  ¡Justo a tiempo!- gritó, dejándose caer en el sillón- ¡Los equipos están recién entrando a la cancha!
-Pero ¿cómo?- balbuceó Rosalía con un hilo de voz- ¿Qué no ibas a ver el partido en la oficina?
El jefe nos dio la tarde libre...Por fin ese vampiro chupasangre tuvo un gesto humano...
Cuando Rosalía se iba al dormitorio, arrastrando los pies, Arturo le pidió:
-Tráeme las papas fritas y la cerveza que compré ayer, ¡sé buenita!
Ella obedeció en silencio y después se tiro a llorar a la cama, con la cabeza metida debajo de la almohada.
Desde el living le llegaba un silencio tenso y angustiado. Aún no había goles que celebrar. La corneta de Arturo permanecía muda y en el resto del edificio, los otros fanáticos que estaban pegados a los televisores, parecían estar asistiendo a un velatorio.
-¡Me alegro!- dijo Rosalía, con rencor, y se metió a la boca el pañuelo empapado de lágrimas.
-¡Como si no hubiera otras cosas más importantes que esa dichosa pelotita!...desde que empezó el Mundial ni siquiera me mira.... Mis deseos no cuentan para nada...Estoy cansada de darle en el gusto y de atenderlo, como si fuera un pachá. ¡. A él, y a sus amigotes, que no sé cómo no están hoy aquí, los muy bolseros !
Calculó que habían pasado ya cuarenta y cinco minutos. Seguro que ya estarían en el entre tiempo....
Escuchó a Arturo entrar al baño y corrió a cambiar de canal.
Alcanzó a ver a Ingrid Bergman, con sus grandes ojos nostálgicos, escuchando a Sam tocar en el piano "As time go by"
Arturo volvió de improviso y al ver que ella había cambiado el canal, le dio una bofetada.
Rosalía, frenética, tomó las tijeras que estaban sobre la mesa y saltando como una gata, se las enteró en el cuello.
El dio un grito y se desplomó sobre la alfombra . Desesperado, se apretaba la herida con una mano, pero la sangre brotaba a borbotones por entre sus dedos.
Durante un instante, sus piernas se agitaron espasmódicamente, mientras un ronquido brotaba de su garganta.
Al fin, se quedó quieto como un muerto. Tal vez porque lo estaba...
Rosalía lo miró con calma mientras una exquisita sensación de bienestar la inundaba.
-¡Es lo que siempre había querido hacer!- suspiró.
En ese momento, escuchó gritos eufóricos venir de otros departamentos. Miró la pantalla y comprobó que el equipo chileno había metido un gol.
-¡ Y se lo perdió, el pobre!....¡Qué lástima!
Con tardía compasión, miró el cadáver que yacía tras el sillón. En el frenesí de la agonía se le había salido un zapato y Rosalía comprobó que llevaba calcetines rojos, como una forma de apoyar a la Selección.
Tomó el control remoto y cambió al canal de cine clásico.








domingo, 15 de junio de 2014

FANTASMAS EN LA LLUVIA.

Pablo creyó escuchar un tenue rumor de pasos que venía desde el jardín.
¡Qué raro!  ¿Quién será?
Se acercó a la ventana y miró a través de los cristales empañados.
  ¡Era la lluvia! Había llegado sigilosa y se entretenía en colgar abalorios de cristal en las ramas de los árboles.
La lluvia tenía para él un encanto melancólico. Una vaga reminiscencia de otro tiempo y de otro estado de ánimo, cuando amar le resultaba fácil y aún le era posible creer que la vida era justa...
Escudriñó la creciente penumbra de la tarde y  vio con sorpresa a una niña de unos doce años sentada en el banco del jardín.
No llevaba paraguas y alzaba con delicia su cara hacia las gotas que caían cada vez más tupidas.
Sin atinar a preguntarse cómo había entrado sin abrir la reja, Pablo salió a increparla:
-¿Por qué te mojas así?  ¡Vas a enfermarte!
Ella lo miró sonriendo y sin inmutarse le respondió:
-¡Es evidente que eso no podría pasarme a mí!
¡Claro! -pensó él- Se cree invulnerable e inmortal, como todos los niños.
La invitó a entrar y cuando ella se levantó del banco, vio que llevaba un abrigo demasiado holgado.
-¡Saliste a mojarte con el abrigo de tu mamá!
-¡No!  ¡Es mío!  Ella me lo compró de una talla más grande, para que pudiera servirme al crecer...La pobre no sabía que había alguien destinado a impedir que yo creciera...
 No entendió lo que quería decir, pero la invitó a sentarse en el sofá y observó como un charco de lluvia iba creciendo alrededor de sus zapatitos.
Ella parecía incapaz de estarse quieta y se acercó a la ventana.
-¡Está dejando de llover!  Es hora de irme. No te olvides que la lluvia me trajo hasta aquí y debo regresar con ella.
Salieron al jardín y antes de verla diluirse en la oscuridad, Pablo alcanzó a preguntarle:
-¿Cómo te llamas?
-¡ Lilí !  Y su leve figura se fundió en una sombra violeta.
Repasó en su mente las cosas que había dicho y se dio cuenta de que no había entendido nada. La niña parecía hablar en enigmas.
Pensó en ella durante varios días, sin comprender por qué.  Su extraña presencia lo había encantado y permanecía en su mente, aguijoneándolo, transformado en ansiedad de volver a verla.
 Al cabo de unos días, llovió de nuevo y al anochecer la divisó de nuevo sentada n el banco.
Salió rápidamente a hablarle y al principio no la reconoció. Parecía haber crecido varios años. Los rasgos de su cara eran más definidos y su figura había adquirido las formas de una mujer.
-¡Dijiste que no ibas a crecer!- exclamó Pablo, incrédulo.
-Eso pensaba yo... Pero me parece que he crecido para poder alcanzarte.
Miró sus ojos a través del velo de la lluvia y aunque habría podido tocarla, sintió como si ella lo mirara desde muy lejos.
No entendía el misterio de su presencia, pero lo aceptaba con la mente abierta y el corazón ávido, como un hombre que vuelve a enamorarse dejando atrás la amargura y el escepticismo.
Ella se le acercó confiadamente y apoyó la cabeza contra su pecho. El la rodeó con sus brazos y permanecieron así, bajo la tenue llovizna  que empapaba el jardín.
-Tú eres mi primer amor- le susurró ella, candorosamente.
-¡Hubiera querido conocerte antes de malgastar mi corazón! - suspiró él, conmovido.
Cuando la besó, sus labios estaban fríos pero respondieron a su beso con ardor.
-Lilí  ¿por qué solo vienes cuando está lloviendo?  Quisiera estar contigo todos los días...
-¿ Es que aún no has comprendido?  Es la lluvia la que me trae, porque fue ella la que me llevó hace un año...El pavimento resbaladizo y un automóvil que corría sin freno...Los que hemos muerto en un día de lluvia, solemos regresar cuando ella cae...
Pablo quedó anonadado. ¡Hablaba ella con tanta naturalidad de lo que para él era siniestro! 
Volvió a verla varias veces, durante aquel Invierno.
Una tarde, Lilí le dijo:
-Mañana es el aniversario de mi muerte.
El, transido de dolor, la estrechó entre sus brazos:
-Dime, Lilí, si para ti el tiempo no existe, si transitas por él como por un pasaje secreto...Si te he visto crecer ante mis ojos...¿No conoces una forma por la que yo pueda retroceder contigo hasta ese horrible día, para impedir que mueras?
-Es posible...Si una brecha se ha abierto en el tiempo y me ha dejado llegar hasta ti ¿ por qué no podría suceder a la inversa?
-¡Dime el lugar y la hora  del accidente- la urgió Pablo- y yo llegaré antes, para impedir que ocurra !
Aquel día, el tiempo volvió atrás y se repitió la misma lluvia de hacía un año.
Pablo salió de la casa corriendo, pero alguien lo detuvo en la vereda, cogiéndolo de los hombros.
-¡Pablo, espera!  ¡Te andaba buscando!  ¡Necesito hablarte!
-No puedo ahora. No puedo...¡Déjame!
-Pero ¡escucha!  ¿Qué te pasa?
Al fin ,logró soltarse de las manos que lo atenazaban y echó a correr por las calles mojadas.
Estaba seguro de que no volvería a tener otra oportunidad.
Vio desesperado como las manecillas del reloj marcaban la hora exacta. Le faltaba media cuadra para llegar, cuando escuchó el chirriar de los frenos y el golpe sordo...
La gente corría hacia la esquina.
-¡ Llamen a una ambulancia!- gritaba alguien.
Y otro exclamó:  ¡Ya es tarde!  ¿Que no ven que está muerta!
Lilí, de doce años, yacía sobre el asfalto como una muñeca rota.  Envuelta en su abrigo demasiado grande, que la sangre y la lluvia iban empapando lentamente.
Pablo dio un grito y quiso tomarla en sus brazos.
En ese instante, la brecha abierta en el tiempo se cerró. Todo desapareció y se encontró llorando de rodillas en una calle desierta.


viernes, 13 de junio de 2014

SOSPECHA.

(Tarea de taller. Cuento a la manera de Raymond Carver.)

Jorge despertó de súbito y comprobó que Mariela no estaba en la cama. ¿A donde habría ido?
El reloj marcaba las tres y media de la madrugada.
No vio luz en el cuarto de baño y en general, el silencio de la casa le avisaba que estaba solo.
Fue a la cocina a prepararse un té mientras trataba de pensar con claridad. El embotamiento del insomnio era como una masa de algodón húmedo dentro de su cabeza.
Por la ventana observó la casa del vecino, que empezaba a distinguirse en la luz lechosa del amanecer. Vio abrirse la puerta y salir una mujer con un abrigo claro y la cabeza envuelta en un pañuelo.
¡Mariela!
No podía ser...Y sin embargo, ese vecino soltero siempre le había producido desconfianza.
Y ella  ¿cuanto tiempo llevaría arrancándose en la noche para ir a meterse a la cama de ese infeliz?
Vio los cuchillos de cortar carne alineados sobre el aparador. Tomó uno y se escondió detrás de la puerta, esperando que ella entrara.
Pero no pasó nada. ¿A donde habría ido?
Entonces escuchó un arrastrar de pantuflas por el pasillo y Mariela entró a la cocina en piyama, restregándose los ojos.
-¿Qué te pasa, mi amor?  ¿Qué haces levantado a esta hora?
-Y tú ¿donde estabas?
- Me había ido a acostar al dormitorio de invitados, porque tú, con tus ronquidos, no me dejabas dormir.
En ese momento, notó que Jorge tenía en sus manos un cuchillo.
-¿Y qué haces con eso ?
-No sé...¡Ah!  Le estaba revisando el filo. Acuérdate que invitamos a los Dominguez a un asado esta tarde, para ver el partido del Mundial.

domingo, 8 de junio de 2014

TUMBAS.

Todos los Sábados en la tarde, Mario iba  al cementerio a visitar la tumba de Laura.
El dolor de su muerte había ido menguando y más que una necesidad, era una costumbre melancólica ir a dejarle flores frescas y retirar las marchitas que se iban acumulando.
Había estado enferma largo tiempo y pudo prepararse con calma para su ausencia definitiva.
Casi podía decirse que no había muerto. Se había ido de a poco, con la marea. El agua oscura había ido subiendo y al retirarse, se la llevó con ella...  Suavemente, sin violencia.  No como esa otra muerte que lo atormentaba desde hacía dos años.
Había sido un asesinato del que nadie fue testigo.
Laura ya estaba enferma y no le contó lo que había pasado.  ¿Como enfrentar su culpa?  ¿Como poner en palabras semejante horror?
Había sido una noche en que manejaba ebrio por una calle desierta.  No respetó la luz roja ni pudo esquivar al transeúnte que cruzaba la esquina.  El volante se le escapó de las manos y lanzó el auto de lleno contra su cuerpo.
El impacto lo sacó de su embotamiento y se bajó a mirar el bulto que yacía tirado en un charco.  Un horrible estertor se escapaba de su pecho.
Despavorido, volvió a subir al auto y escapó. Tuvo tiempo de ver que la calle estaba desierta.  ¡Nadie había presenciado el accidente!
Dos días después apareció en el diario una noticia escueta.
Habían encontrado a un hombre muerto en la calle. Seguramente atropellado por alguien que escapó...Se llamaba Juvencio. ¡Qué extraño nombre!   Como para no olvidarlo jamás.
En un pueblo vecino hizo desabollar el tapabarro. Nadie le hizo preguntas.
La muerte de Laura llegó para sacarlo en parte de su secreto tormento. Sólo algunas noches , en sueños, volvía a verse en aquella calle desierta. El herido se arrastraba gimiendo y lo sujetaba de las piernas, impidiéndole huir. Despertaba gritando, cubierto de un sudor helado.
En el cementerio, no era el único "viudo de los sábados" como se llamaba a sí mismo con melancolía.
Dos tumbas más allá, una mujer rubia y menuda llegaba puntualmente a poner flores sobre una lápida.
La escuchaba llorar despacito y hablar con el muerto en un monólogo triste e insistente, que sonaba como un rezo.
Empezó a esperar con cierta ansiedad los Sábados, para volver a verla y una tarde, cuando ella se iba, le habló.
Hilvanó unas frases que le parecieron tontas, pero ella sonrió y aceptó ir a un café que quedaba frente al cementerio.
-Hace frío- dijo- y algo caliente nos hará bien a los dos.
Cuando la tuvo al frente la encontró más linda de lo que pensaba. Sus ojos eran castaños y transparentes, como gotas de miel y su pelo rubio, cayéndole sobre los hombros, invitaba a la caricia.
Pensó que gracias a Laura la había conocido. Que era la misma Laura la que se la ofrecía, como una segunda oportunidad en su vida sin esperanzas.
Muchos sábados después se atrevió a preguntarle a quién visitaba.
-A mi marido- respondió ella- Murió hace dos años. Luego rectificó, con un brillo de odio en la mirada- No murió. ¡Lo mataron!
-¿Cómo?  ¿Qué dice?
-¡Sí!  ¡ Lo mataron! -Alguien lo atropelló y lo dejó desangrándose en la cuneta...Tenía apenas treinta años...¡Si aquel hombre lo hubiera auxiliado en lugar de escapar como un miserable!
Mientras la escuchaba, Mario sentía que un frío glacial se apoderaba de su cuerpo. Le zumbaban los oídos y empezó a temblar ostensiblemente.
Ella se interrumpió, mirándolo conmovida :
-¡No tengo derecho a hacerlo sufrir con mis penas!  ¡Usted tiene su propio dolor que llorar! 
Después que la joven hubo partido en un taxi, Mario se precipitó de vuelta al cementerio.
Se preguntaba para qué corría en dirección a esa tumba si de sobra conocía el nombre que estaba escrito en la lápida....
La semana siguiente, no fue al cementerio.
Ella se sorprendió al encontrarse sola. ¿Qué le habría pasado a aquel hombre tan agradable ?
Siguió yendo todos los Sábados, a cumplir con su ritual de amor y de congoja, junto a la tumba de Juvencio.
  Pero Mario no volvió más.

viernes, 6 de junio de 2014

ABRIR LOS OJOS.

(Tarea de Taller. Monólogo interior a la manera de James Joyce)

No quiero abrir los ojos pero sé que ya amaneció no quiero despertar no quiero pensar fue todo tan humillante yo la idiota haciéndome ilusiones de que él quería verme que había inventado el pretexto de presentarme a su alumna para fijar una cita me arreglé me maquillé tratando de disimular las arrugas de todos estos años tantos años sin vernos pero él también estará viejo pensé y ¡claro! le vi todo el pelo blanco y una barba rala cuando lo divisé en la mesa del café inclinado hacia ella  sí un café me vendría bien por el ruido en el pasillo ya son las ocho el vecino se va como siempre dando un portazo qué día ocioso no tengo nada que hacer ¿para qué levantarme? los vi a los dos y no sé por qué pero adiviné que a ella la había citado una  media hora antes que a mí  una chica linda como de unos veinte años esta es Mariela mi alumna quería conocerte le gustan mucho tus cuentos pero ella no manifestó interés ni me preguntó nada la idea había sido de él a ti que te gusta tanto leer le habrá dicho te puedo presentar a una amiga escritora y cuando llegué me trató con frialdad como si hubiera ido a interrumpirlos y yo que me había enternecido pensando que él había inventado ese pretexto para verme y el pretexto era yo para citarla a ella sin asustarla él tan viejo y ella  tan joven y con ese pelo dorado que a mí ninguna tintura me lo ha dejado nunca así  un café me vendría bien ir a la cocina y traer el café a la cama desde aquí veo colgada en el closet la blusa roja que me compré para ir a juntarme con él nunca más me la pongo toda una vida pensando en él y Santiago como achicándose alrededor de nosotros para que siempre nos encontráramos de repente en cualquier esquina  cada cinco o seis años quitándome toda posibilidad de olvidarlo y yo envejeciendo y él fijándose ahora en sus alumnas y una blusa roja no me iba a servir de nada qué ilusa qué idiota aborrezco esa blusa apenas llegue Ofelia a hacer el aseo la saco del closet y se la regalo porque no quiero tener que verla nunca más.