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domingo, 27 de abril de 2014

MINTIENDO EL AMOR.

Habían quedado de juntarse esa tarde, en un banco de la Plaza. El mismo donde por primera vez se habían dado un beso.
Ella lo esperó, llena de ansiedad, creyendo a cada instante verlo aparecer doblando la esquina.
Pero él no llegó.
Empezó a caer la noche y ella seguía esperando.  Nubes oscuras taparon las estrellas y empezó a llover.
Ella creyó verlo correr a su encuentro, en medio de la lluvia, desolado por su atraso y pidiéndole perdón.
Pero, sus ojos la engañaban. Nadie atravesó la cortina de lluvia que envolvía los árboles de la Plaza desierta.
El cabello mojado le goteaba sobre la cara y casi no sabía que estaba llorando. El color de su abrigo se fue tornando oscuro, a medida que la tela se iba empapando lentamente.
Al fin, aceptó que él no llegaría y se dijo que con, seguridad, una razón muy poderosa le había impedido acudir. Pero la duda le apretaba el corazón como una garra helada.
Dos días después, él la llamó de nuevo para que se juntaran.
Ella, herida en su orgullo, pensó negarse. Pero el combate duró poco y como siempre, el amor que le profesaba salió triunfador.
Esta vez, él llegó puntualmente.
Ella lo miró, afligida:
-¡Qué bueno que viniste!  ¡Tenía tanto miedo de que estuvieras enojado conmigo!
-¿Por qué?
-Porque no vine el otro día, cuando quedamos de juntarnos...
El titubeó un segundo y luego le dijo:
-Estuve esperándote horas en nuestro banco de la Plaza...Hasta que me convencí que no llegarías. Me sentí desolado...Esa noche llovió ¿te acuerdas? No te imaginas como me mojé...
-¡Ah!  ¿Llovió? Perdona, no supe. Estaba dentro de un cine, con una amiga. Olvidé nuestra cita...¡Fue imperdonable!
-Pero yo te perdono-le dijo él, abrazándola, contento por no haberse librado de inventar una excusa...Y admirado de la facilidad con que de victimario se había transformado en víctima.
Ella también estaba contenta, por haber podido salvar su orgullo con aquella mentira. Y  aunque la falsedad de él la dejaba abismada, disimuló lo que sentía, y se hizo perdonar con besos por haberlo dejado esperando....
Y así siguieron un tiempo, mintiéndose uno al otro.
Hasta que la Mentira sepultó al Amor, declarándolo difunto.



lunes, 21 de abril de 2014

LEYENDO A DUO.

En el Día Mundial del Libro. 23 de Abril.

A principios de año, Milly se fijó que en el patio, a la hora del recreo, siempre había un muchacho que leía concentrado, como si nada existiera a su alrededor.
Empezó el Otoño y llegaron días fríos y lluviosos, pero nada parecía acobardarlo y seguía en su sitio, arropado en un viejo chaquetón, siempre leyendo, mientras a su lado los otros alumnos  reían y se empujaban, entregados a sus juegos bullicioso.
A Milly también le gustaba leer y lo miraba de lejos, pensando que eran almas gemelas.
De ahí a enamorarse, había solo un paso y ella lo dio sin vacilar, con el atrevimiento y la confianza de su corazón adolescente.
Se fijó en la portada del libro que él leía y notó que lo había pedido en la Biblioteca del Liceo. Era "Narciso y Goldmundo" de Herman Hesse.
Milly también fue a pedir un libro y de paso se las arregló para averiguar el nombre de su amado. Se llamaba Ramiro.
¡Qué nombre tan lindo, tan especial, tan único!  - pensó ella y lo paladeó largo rato como si fuera un caramelo.
Al siguiente recreo, salió al patio con su libro.
Era "El niño que enloqueció de amor" de Eduardo Barrios. Al pedirlo al bibliotecario había pensado que ella podría comprender muy bien la locura de ese niño...
De a poquito se fue corriendo a lo largo de la pared, hasta quedar a su lado.
El no dio señales de notarlo. Era un libro algo denso y se concentraba obstinadamente para comprenderlo, aunque eso significar aislarse del mundo.
Ella se sentó a leer junto a él, mientras tiritaba heroicamente, en la mañana otoñal.
Sus manos heladas apenas podían sostener el libro, pero su corazón no claudicaba, aunque Ramiro no la miraba. Pero, algo le decía que estaba consciente de su presencia, pero que lo disimulaba muy bien....
A Milly, el libro que había pedido empezó a interesarle desde el principio y al cabo de un rato, le arrancó un suspiro.
El la miró interrogante.
-Lo más triste de que me guste tanto este libro, es que no es mío y voy a tener que devolverlo-dijo ella, suspirando otra vez.
-Lo mismo pienso yo del que estoy leyendo. ¡Cómo me gustaría poder tenerlo para releerlo cuantas veces quisiera!-  comentó Ramiro.
Fue lo único que conversaron en mucho tiempo, pero siguieron leyendo, uno al lado del otro, durante todos los recreos.
La única señal alentadora para Milly fue notar que él  no empezaba a leer hasta que ella aparecía en el patio y al verla llegar, una sonrisa secreta le curvaba los labios.
El profesor de Lenguas les avisó que se acercaba El Día del Libro. Era el 23 de Abril. ¡Faltaban apenas tres días!
Milly decidió jugárselo todo. Fue a la Feria del Libro y compró "Narciso y Goldmundo".  Le costó encontrarlo, porque estaban más de moda las historias de vampiros...
La tarde del 23 fue a la casa de Ramiro y luego de tragarse la angustia, como una bola de plomo, tocó el timbre.
Salió a abrirle una señora bajita y simpática, que la hizo pasar en seguida.
-Ramiro salió, pero estoy segura de que va a volver dentro de un rato.
Había pasado media hora, que para ella fue como un día y una noche de pura ansiedad, cuando sonó su celular. Era su mamá.
-Milly, vente en seguida, que aquí hay un muchacho esperándote desde hace rato. Y te trae un regalo. Parece que es un libro. Yo que tú me apuraba, porque es de lo más buenmozo....


domingo, 20 de abril de 2014

LA MUJER DE SUS SUEÑOS.

Julio tenía unos sueños recurrentes que lo llenaban de inquietud.
Soñaba siempre con la misma mujer, a quién veía en distintas circunstancias.
A veces, estaba ella parada en un muelle envuelto en niebla. Le decía adiós con su mano, mientras él se alejaba en un barco que velozmente iba surcando el océano.
Otras veces, era ella la que se despedía desde la proa y era él quién la veía partir desde el muelle, con una desolada sensación de pérdida.
No habría sido tan inquietante soñar con la misma mujer dos veces. Podría tomarse como una coincidencia.  ¡Pero tantas!  Y sus rasgos eran tan nítidos y exactos, que terminaron por grabarse en su memoria.
 Estaba seguro de que no la conocía. ¿Podría haberla olvidado si así fuera?
Pero el hecho de verla una y otra vez le hacía pensar que tenía que existir en alguna parte. Y estaba seguro de que, si la encontraba en medio de una multitud, la reconocería de inmediato.
Inconscientemente la buscaba sin hallarla.
Pero, algo lo contrariaba. ¿Por qué sus sueños eran siempre de despedida, como si el destino se preparara a separarlos?
Se fue obsesionando con ella y ninguna mujer que conocía lograba hacer vibrar su corazón. Le era imposible enamorarse de otra que no fuera ella.
Le parecía tan hermosa, con sus ojos oscuros llenos de nostalgia y sus labios que se curvaban con el dolor de una inexorable despedida.
Aunque sus sueños lo alertaban de un amor imposible, estaba seguro de que esa mujer era la dueña de su destino. Y que sólo junto a ella podría encontrar la paz .
Una noche que manejaba por la carretera, notó que un automóvil que venía en sentido contrario perdía el rumbo de súbito y se lanzaba a gran velocidad  contra el suyo.
No tuvo tiempo de apartarse a un lado de la carretera. Un golpe violento lo sacó del carril y lo arrojó dando tumbos  hasta quedar volcado en una zanja.
Como pudo, se arrastró fuera del auto. Una extraña parálisis iba apoderándose de sus miembros.
Vio que el conductor del otro vehículo se aproximaba, despavorido.
Cuando se arrodilló a su lado, llorando, Julio pudo ver que era ella, la mujer con quién soñaba desde hacía tanto tiempo.
Creyó entender que le decía:
- ¡Perdóneme!... Me quedé dormida en el volante....No pude frenar a tiempo... ¡Perdóneme, por favor!
Su voz le llegaba desde lejos, desde detrás de la bruma algodonosa que lo iba envolviendo lentamente.
Sintió que se moría.  Una hemorragia interna le arrebataba la vida y su cuerpo se iba helando de a poco.
Antes de que el hielo llegara hasta sus labios, sonrió con el infinito alivio de haberla encontrado. 
Y de poder comprobar lo que siempre presintió. ¡Que esa mujer era la dueña de su destino!


domingo, 13 de abril de 2014

EL FANTASMA QUE LLORABA.

Una tarde, a la vuelta del trabajo, Diego vio que en el jardín de un edificio se realizaba una venta de garaje.
Se detuvo curioso y luego se puso a examinar con cierto desgano las lámparas de pantallas ajadas, los libros amarillentos y algunos muebles con sospechosas huellas de termitas...
 Nada le interesó y habría seguido su camino si no hubiera sido que entre todos esos cachivaches se movía una linda rubia agitando con gracia un plumerito que parecía de juguete.
Se dio cuenta de que ella era la propietaria de aquellas cosas y resolvió mirarlas con más detenimiento.  Aunque era obvio que miraba más a la niña que a las antiguallas en exhibición.
Para entablar conversación le preguntó el precio de una silla mecedora. Tenía el terciopelo apolillado, pero era de líneas elegante y a todas luces, una genuina antigüedad.
Ella le contó que todos esas cosas habían pertenecido a su abuelita, quién a su vez las había heredado de sus padres.
Después de un corto regateo, tomó la silla y siguió su camino. Era tan liviana que no le costó llegar con ella hasta su cercano apartamento.
La puso cerca de su sillón favorito y no pensó más en ella.
A media noche, cuando estaba leyendo, ya medio soñoliento, escuchó un rumor que venía de la silla. Alzó la vista y vio que se mecía suavemente, con un ligero rechinar.
Pensó en una corriente de viento o un temblor, pero sólo era la silla la que se movía.
Paralizado de asombro, notó que una figura humana se materializaba de a poco y que era ella la que se hamacaba suavemente en la silla.
Pronto adquirió las formas de una joven  que llevándose una mano al pecho, lloraba sin consuelo.
La visión se prolongó durante casi un minuto y luego se desvaneció.
 Diego pensó que lo había soñado. ¡No estaba él para creer en fantasmas en pleno siglo veintiuno!
Pero varias noches después, cuando se encontraba bien despierto escribiendo en su computador, un leve crujido de la silla lo hizo apartar la vista del teclado, mientras sentía que se le erizaba el pelo de la nuca.
Ahí estaba de nuevo la joven, llorando con una mano sobre su corazón.
La visión duró casi dos minutos. Esta vez el fantasma miró a Diego a los ojos y pareció preguntarle algo o suplicarle alguna cosa.
Luego desapareció.
Diego se desveló y en lugar de asustarse, empezó a enojarse con la dueña de la silla. ¡La iría a devolver!  No estaba dispuesto a hacerse cargo de un fantasma así como así...¡Que se fuera a penar a otra parte!
Al día siguiente tocó el timbre en el edificio donde se había realizado la venta. Sin dificultades, el concerje le informó que la rubia se llamaba Paulina y que en esos instantes se hallaba en su departamento.
Fue a buscar la silla y cargado con ella, tocó el timbre.
-¡Vengo a devolverle esto!- le dijo fingiendo más molestia de la que sentía en realidad. Era imposible no deleitarse al mirarla...
-¿Por qué?  ¿Qué pasa?
-Pasa que esta silla viene con un fantasma agregado y eso no fue lo que usted me dijo.
Ella se puso pálida, luego roja y después pálida otra vez. Su confusión demostraba que no sabía nada al respecto. Y Diego la halló tan seductora que su enojo se disipó como por encanto.
 Paulina lo hizo pasar y Diego le contó todo, describiéndole al fantasma con minuciosidad.
- ¿No será su abuelita?
-No, no se parece en nada a ella. Pero tiene que ser alguien de la familia...
Corrió a buscar uno viejo álbum de fotografías, todas amarillentas y con los bordes resquebrajados.
Recorrieron las páginas con pocas esperanzas. De pronto Diego señaló una foto, y aseguró que en ella aparecía el fantasma.
-¡Mi tía abuela Fanny!- exclamó Paulina- ¡Debí haberlo adivinado!
Y le contó la historia de aquella tía, que había muerto joven, llorando por un perdido amor.
-Se enamoró de un inglés que prometió volver a Chile a casarse con ella.
Al principio, él le había escrito asiduamente. Las cartas en ese tiempo venían por barco y se demoraban mucho en llegar. Ella se lo pasaba sentada en la mecedora, junto a la ventana, esperando la venida del cartero.
De pronto las cartas dejaron de llegar y ella creyó que su novio la había olvidado. Lloraba durante horas, con los ojos fijos en la reja del jardín. Imaginaba que él no le escribía, porque se había embarcado para venir a verla.... Pero nunca llegó y ella se murió de pena, creyendo que había dejado de amarla. En ese tiempo todavía la gente se moría de amor. Un mes después de su entierro, llegó la carta esperada...
-Nadie se atrevió a abrirla. ¡Mira!  ¡Aquí está!-dijo Paulina y de entre las páginas del álbum de fotografías, sacó un sobre amarillento.
-¡Te das cuenta, Paulina?- exclamó Diego-¡Eso es lo que ella me pide!  ¡Quiere saber lo que dice la carta!  Sólo así podrá quedar tranquila....
A la noche siguiente, Paulina fue al departamento de Diego, llevando la carta.
Conversaron durante horas y ya perdían la esperanza de que el fantasma se presentara, cuando un leve crujido de la silla les anunció su presencia.
Rápidamente, Diego rasgó el sobre y empezó a leer.
   Era una carta muy breve, escrita con mano insegura. En ella le decía que estaba muy enfermo, que lo único que quería era mejorarse para correr a buscarla. Pero, si no lo lograba, quería que ella supiera que la amaba con todas las fuerzas de su corazón.
Cuando terminó de leer, el fantasma de la joven había dejado de llorar y una dulce sonrisa de conformidad flotaba sobre sus labios. Alzó una mano en señal de adiós y desapareció.
Nunca volvieron a verla.
Un año después, Paulina y Diego se casaron.
Cuando sus amigos visitaban su departamento, se extrañaban de ver en medio de sus flamantes muebles modernos, una silla mecedora de tapiz raído. Pero cuando les preguntaban su origen, ambos sonreían misteriosos y no decían nada.


domingo, 6 de abril de 2014

UNA TAZA DE CAFÉ.

Casi todos los días se cruzaba con Joel en el centro.  Los dos apurados, rumbo a sus respectivas ocupaciones.
Marcos, concertando citas de negocios por  su celular y Joel, tan flaquito y esmirriado, siempre cargado con su viejo portafolios de cobrador.
-¿ Y cuando nos juntamos a tomar un café?
-¡Un día de éstos, Joel!  Yo te llamo....
Y ese día no llegaba nunca. ¿Acaso Marcos no había aprendido todavía que el muro de la soledad está construido con infinitos ladrillos que dicen "Yo te llamo" ?
-¿Y cuando esa tacita de café?
- Un día de éstos, Joel, me hago un huequito...
Nunca se hizo ese huequito. Y a Joel le hicieron uno en el cementerio.
-Un cáncer fulminante- le informó un amigo común, bajando la voz, por si la Muerte andaba rondando por ahí todavía.
Marcos quedó anonadado.
-¿Y cómo no me avisaron?
-Fue todo muy rápido....Andaba con dolor de espalda y lo atribuía al stress. Cuando fue al médico, ya era muy tarde.
A Marcos lo sumergió la tristeza, como una marea y de sus ojos cayó una gota salada.
Volvió a ver a Joel, tan flaco y encorvado. Caminando siempre con la cabeza gacha, tal vez con la esperanza de encontrar una billetera perdida que lo ayudara a llegar a fin de mes.
Pero parecía presentir su presencia, porque justo antes de cruzarse con Marcos, levantaba la vista y una sonrisa agridulce le iluminaba la cara.
Ya no lo vería más.
La Muerte, de un manotazo lo había sacado de la vereda soleada para arrojarlo a la oscuridad de una fosa.
Un feroz remordimiento lo invadió.  ¡Cuantas veces el amigo le había hablado de aquella taza de café !  Si al menos hubiera tenido el valor heroico de desconectar el celular y apagar el computador para decirle:
-Joel ¿qué te parece si nos juntamos esta tarde en el café de la esquina?
Pasó varias semanas deprimido, dándose cuenta por primera vez como la tiranía de los negocios lo apartaba de la calidez de los afectos.
Averiguó la ubicación de la tumba de Joel y una tarde se dirigió al cementerio llevando un par de tazas y un termos con café.
Se sentó en la lápida y ahí mismo sirvió las dos tazas.
-¡Aquí estoy, amigo, para que nos tomemos ese café que te quedé debiendo!  ¡Sírvete por favor!
Cogiendo el suyo, fue bebiéndolo lentamente. mientras caía la tarde sobre los mausoleos. A lo lejos, el son de una campana desgranaba sus sones, como melancólicas quejas sin respuesta.
Cundían las sombras y Marcos adivinó que pronto cerrarían las rejas.
Dejando la taza de Joel servida sobre su tumba, se alejó acongojado. Al menos le quedaba el consuelo de haber cumplido ese compromiso tantas veces pospuesto.
Había caminado un corto trecho, cuando escuchó a sus espaldas la voz inconfundible de Joel que se quejaba:
-¡Está muy cargado!  ¡Me voy a desvelar!