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jueves, 24 de noviembre de 2011

VIDAS.

Martes.
El aviso que contesté decía: " Arriendo pieza con baño a universitario o persona que trabaje fuera".
Es un edificio antiguo pero lujoso, a dos cuadras del Metro.
La dueña, Amalia, es una mujer viuda. Sus hijos " de la noche a la mañana abandonaron el nido". Así dijo ella, un poco cursi la pobre. Uno partió a Nueva Zalanda por un año a trabajar en  cualquier cosa y el otro arrendó un departamento con un par de amigos.
Al parecer, le caí en gracia y cuando supo mi apellido se le iluminó la cara.
-¡Usted es de San Fernando, mi tierra!-exclamó-Pariente de la Fulanita, sin duda.
-Sobrina.
¡No hay como un buen apellido para abrir puertas!-pensé con sorna-Lástima que no alimente también.
Me arrendó la pieza sin vacilaciones.
Supe que tres veces por semana viene una mujer a hacer el aseo. Por una suma adicional podrá también lavar mi ropa.
¡Excelente! Ya estoy instalada.
Viernes.
Vuelvo del trabajo a las siete y paso de largo hacia mi pieza. Amalia está a veces en el comedor y me llama para que la acompañe a tomar una taza de té. Le pesa la soledad y me habla de sus hijos, de quienes sabe muy poco.
A veces un llamado-"Sí, mamita. ¡Nos vemos!"
Pero, no es más que una promesa.  De Nueva Zelanda llegó una postal el otro día. . . .
Le conté que soy separada, sin hijos, pero evité entrar en detalles. De todas formas, ya pasaron años y la herida se cerró.
Le dieron cinco puntos de sutura a mi corazón para frenar la hemorragia. Quedó una cicatriz fea que a veces me arde, todavía. . . Pero nadie puede verla y llevo puesta una máscara sonriente, tan adherida a la piel que ni yo misma sé lo que hay debajo.
Hace años, una tarde fui a buscar a mi marido al estudio de abogados que compartía con un amigo.
Dentro del armario del baño vi un rizador de pelo eléctrico y un frasco de perfume.
-¿De quién son?-pregunté.
-De Angélica, la chica que contesta el teléfono- dijo él, con voz neutra.
Pero ese rizador de pelo me hizo imaginar una melena exuberante. Ella llegaría apurada en las mañanas a completar su arreglo en la oficina. . .
Demasiada intimidad que despertó en mí el resquemor y la sospecha. Fue más bien un presentimiento.
Lo demás es una historia trivial que no merece la pena. Una de cada tres mujeres podrá contar la misma.
Domingo.
Hace dos días Amalia me avisó que arrendó el otro dormitorio. A un joven estudiante universitario, recomendado por unos amigos.
Recién esta mañana me lo topé en la cocina. Fui en bata a prepararme una taza de café y él pelaba una naranja, acodado en el mesón, mientras leía unos apuntes.
Pudorosa, me crucé la bata sobre el pecho, aunque no tengo mucho que ocultar y por lo demás, él no parecía interesado.
-Adrián-me dijo, estrechándome la mano.
Laura-respondí jovial. Y eso fue todo.
Lo miré a hurtadillas y me pareció buenmozo, aunque esa forma de vestir que tienen los jóvenes ahora me subleva. ¡Y el pelo! Erizado como un puerco espín, parece un grito de rebelión contra la fabricación de peinetas.  
Martes.
La presencia de Adrián tiene revolucionado el departamento. Sus entradas y salidas me tienen inquieta. Amalia le ha tomado cariño porque le recuerda al hijo ausente en ese país del que sólo conoce el nombre. Adrián se lo buscó en un Atlas y con eso se ganó su corazón definitivamente.
El otro día lo vi leyendo "El guardián en el centeno". Nos dio para comentarlo un rato y me apresuré a ofrecerle "Nueve cuentos". Ahora me mira con otros ojos. ¡Después de todo no soy una vieja!
Viernes.
En la soledad de mi dormitorio borro de mi cara esa eterna sonrisa que me hace ver más joven y que esconde mi amargura. Mi cara automáticamente revela mis cuarenta y ocho años. Mi boca aparece encerrada entre dos surcos y mis labios se ven pálidos y sin volumen.
Pero si sonrío, si levanto la barbilla y adopto esa actitud optimista que todos me conocen, hago retroceder el tiempo como por arte de magia.
Sin embargo, el espejo traidor me sorprende de pronto desnuda de artificios. Emerjo de él como de un agua oscura en la que mi juventud se ahogó sin dar un grito.
Lunes.
Adrián ha estado ausente esta semana. Después de un período de pruebas en el que apenas lo vimos, se ha marchado de vacaciones.
Fue con unos amigos a la playa, creo. Pablo y Andrea son dos compañeros con quienes ha formado un grupo de estudio. A menudo los nombra y de inmediato comprendo cuán excluida estoy de ese mundo.
Aunque me sorprendo leyendo los libros que le escucho nombrar y tratando de interesarme por las cosas que menciona. . .
Me siento inquieta. Un elemento nuevo, indefinible ha entrado a mi vida.  Me rebelo contra las propias restricciones que me he impuesto. Me doy ánimo diciéndome que aún soy joven. . .
Pero hace días quedó de pasar por mi pieza a recoger un libro.
Compré flores y dejé a la vista, como casualmente, unas tazas de café y unos bombones.
Hasta las nueve esperé escuchar sus pasos en el vestíbulo. Luego entendí que ya no vendría.
Sentí un odio mortal contra mí misma. Me paré frente al espejo y me arranqué el collar que me había puesto,  en un ridículo gesto de coquetería.
¡Vieja! ¡Vieja!-le grité a mi imagen.
Las cuentas del collar rodaron por los rincones y terminé llorando echada sobre la cama.
Cerca de las doce escuché el ruido de su llave en la puerta de entrada. Al otro día partió.
Jueves.
Llegó Adrián y lo noto cabizbajo.
Apenas me saludó hoy en la cocina. Se sirvió un café en silencio y se lo bebió con la mirada perdida.
Inútilmente traté de introducir algún tema. A todo contestaba con monosílabos.
Al fin se me ocurrió comentarle que había comprado un libro que sabía le interesaba leer.
Sonrió con algo de entusiasmo, pero no dijo nada.
Creo que algo le pasó durante su viaje a la playa. ¡Cómo quisiera lograr que confíe en mí!
Viernes.
Eran cerca de las ocho cuando escuché unos golpes suaves en la puerta.
Era Adrián que me sonreía en el umbral, entre tímido y deprimido.
Lo hice pasar y sin preguntarle nada puse el hervidor para servirle un café.
-Vengo a buscar el libro-me dijo-pero se sentó en el sillón como si no tuviera apuro por irse.
Feliz le pasé una taza y me acomodé frente a él, en el borde de la cama.
-Te veo desanimado desde que llegaste. ¿No te llevaste bien con tus amigos?
Calló largo rato y después empezó a hablar con la vista baja.
-"Formábamos un buen grupo los tres, con Pablo y Andrea. Estudiábamos juntos y en todo nos aveníamos. Con Pablo nos gustaba molestarla y hacerla rabiar. Yo nunca me detuve a pensar lo que existía entre nosotros. Sólo sabía que nos llevábamos bien.
Fuimos a la playa, a una casa que tienen los padres de ella. Esa tarde salimos a escalar las rocas y Pablo se torció un tobillo. Vimos cómo rápidamente se le empezaba a hinchar y a poner amoratado. Lo hice que me rodeara el cuello con un brazo y con la otra mano se afirmó en el hombro de Andrea. Casi en vilo lo llevamos hasta la casa.
Esa noche la pasó mal y varias veces me levanté a darle un vaso de agua. Tenía un poco de fiebre y desde mi pieza lo escuchaba revolverse en la cama y gemir.
Al otro día Andrea salió con unas amigas y yo me encargué de cuidarlo. Jugando, le di el almuerzo en la boca y me pasé la tarde a su lado, leyéndole. Me agradeció con lágrimas en los ojos los cuidados que le prodigué.
Andrea volvió tarde y la escuché en la cocina preparándose un té. No pasó a saludarme.
De todos modos me sentía feliz. Deseaba estar de nuevo con Pablo, riendo y bromeando como aquella tarde. Decidí sorprenderlo yendo a darle las buenas noches. Cuando me acercaba a su dormitorio, escuché un rumor de voces y risas contenidas. Golpeé y entré. Estaba en la cama con Andrea. Ni siquiera se dieron cuenta de mi presencia.
Llegué a mi pieza aturdido. Sentía un odio terrible contra ella. Sin saber cómo me encontré llorando.
-¡La odio! ¡La odio!-repetía con la boca hundida en la almohada. Esa noche no pude dormir. "
Se quedó callado y me miró interrogante.
Le sonreí con ternura y aunque en mi corazón se debatía una mezcla de dolor y de celos, le dije tomando su mano:
-No, Adrián. Tú no la odias. Tú la amas y fue recién esa noche cuando lo descubriste al verla con Pablo.
Me miró con rabia y  desprecio:
-Tú no entiendes nada, Laura. ¡La odio porque me separó de él!

2 comentarios:

  1. Me gustó por las expectativas equivocadas que construyeron los protagonistas desde su ensimamiento. ¡¡Que frustración cuando las personas se pasan películas, haciéndo lecturas erradas de relaciones imaginarias!! ACV2

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  2. Entretenido, quizás tragicómico cuando cae el telón y vemos a Laura golpeada por la sorpresa: El joven que la cautivaba sexualmente resulta ser gay.

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